Letras Libres has a short story from the Chilian author Álvaro Bisama in its July issue. It follow the life of an exile who returns to Chile in 1988 after a 14 year exile. The man is an artist (se dedica al arte, pinta, escribe, dibuja, esculpe, lo que quiere decir que no se dedica a nada / he dedicates himself to art, painting, writing, drawing, sculpture, which is to say he dedicates himself to nothing) who lives in Valparaiso. He spends his time going to bars, meeting women, reading, and studying an obscure book of poetry by a mysterious and obscure poet. He reads like a character from Bolaño or a version of Bolaño as if he had returned to Chile. The exile tries to turn the book into a novel then a movie script, which is for this man, is a Sisyphean task. The poet is a strange man who believes in Lovecraft’s phantasms and is more interested in narrating stories about surrealist poets who eat them selves in acts straight from Dali. Crypta is told in a very plain style and one has the sense of gloominess that overhangs every thing. Isolation is everywhere, between the exile and the people he knows, and the exile and the reader, as much of what we know of the exile are his actions, not his thought. The exile’s life is as if the exile continues at home, and most of all becomes a form of exile that one never returns from.
I’m not sure if the story is enough to make me want to read more yet. But you can read some interview with him here and here.
Tiene treinta años y viene llegando del exilio. Es 1988 y desembarca en el puerto. No importa su nombre en esta historia que, si se mira bien, es solo una anécdota. Lo que dejó atrás es la memoria de una infancia donde existían otros colores, otros aromas. Se fue el 74, lo que recuerda –la memoria es una lejanía desolada– es el vértigo y un mundo que desapareció. Pero nada más. No le interesa recordar. Así que eso es todo, ese es el punto de partida. Así que recapitulemos: borrón y cuenta nueva al regreso, treinta años, 1988, el puerto. Eso basta para comenzar. A su llegada, no tiene un trabajo seguro. Vive en la casa de una pareja de amigos. Él es profesor y ella enfermera.
La casa queda en los altos del cerro que se eleva en el punto exacto donde alguna vez estuvo el barrio rojo de la ciudad. Sobre ese barrio rojo se escribieron novelas y se filmaron películas pero ahora ya no queda nada salvo eso: las películas y los libros. Pero la vista desde su balcón es impresionante. Cuando se levanta, puede ver la bahía al amanecer y la lentitud de los buques al entrar y salir de la rada. Hace durar los ahorros. Les paga un arriendo mínimo a sus amigos y se dedica al arte, pinta, escribe, dibuja, esculpe, lo que quiere decir que no se dedica a nada; simplemente deambula por el puerto, bebe en los bares, se escurre en la frágil bohemia de los fines de dictadura. A veces se acuesta con novias ocasionales, muchachas que le preguntan por su acento, sus viajes y con las cuales comparte algunas tardes. Él, se hace entender, es poeta y, por ende, lee mucho.
Aquello es falso pero no demasiado, lee mucho pero no es poeta. Alguna vez lo publicaron en una antología sueca de escritores en el exilio. Como todos los de la antología era una copia triste de Nicanor Parra. Pero da lo mismo. Lo que importa: una de las muchachas con las que se acuesta le presta un libro.