It has been years since I read Agustín Yáñez’s The Edge of the Storm (Al filo del Agua), a book I quite liked when I read it. It was one of the first works of Mexican Literature I read. Roger Vilar has a nice impressionistic appreciation in La Jornada. One that gives you a sense of the power of the book.
Agustín Yáñez nos dotó de una de las criaturas más sorprendentes dentro del bestiario místico. Digno de aparecer en los manuscritos de algún monje alucinado de Auvernia o en el espejo de un druida de la Isla de Ávalon, Gabriel, el campanero de Al filo del Agua, vive en la mudez y el silencio al que lo condena el párroco del pueblo. Aislado de todos, sin conocer otra cosa que la torre del templo, el adolescente ejecuta la rutina misteriosa de ascender cada día por la tortuosa escalera. Es un viaje lento, que inicia en la madrugada, bajo el peso secular del latín y las invocaciones. Ve cada piedra cubierta de telarañas, el agua y los murciélagos circulando por venas invisibles. Un pueblo de espíritus sin boca vive en las vigas. Sus ojos son brillantes y usan gorros frigios. Siempre padecen la sed de ríos ausentes. El tumulto de las cataratas punza las sienes de Gabriel cuando sale a la luz. Frente a sus ojos tiene las campanas y abajo la marea de los inmensos desiertos azules del maguey. Es Jalisco. La materia parece diluirse. …