Short Story from Salvador García at La Jornada

La Jornada has a short story from Salvador García. It is a celebration of language, not in its wild pyrotechnic  possibilities, but its precision.

Mi primer servicio fue a los once años. “Servicio”, así nos enseñó mi padre a decirle al negocio y seguramente se lo escuchó al abuelo, como tantas y tantas palabras que heredamos. Muestra de que las personas mueren, las palabras no… si lo sabré yo. En ese entonces todo era un juego. Sí, un juego, pero un juego místico con dejos de ritual que se sucedía en silencio. El idioma sólo era utilizado para lo indispensable, para pedir algún instrumento o algún líquido. Creo que por eso nunca tuve mucho que decir. En la escuela incluso me apodaron el Mudo. Me importaba poco. No comprendían que el idioma es divino y no se debe malgastar en estupideces. Y cómo decirlo sin recordar la voz de mi madre recitando el Evangelio de San Juan antes de sentarnos a la mesa: “En el principio la Palabra existía/ y la Palabra estaba con Dios,/ y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios./ Todo se hizo por ella/ y sin ella no se hizo nada de cuanto existiese.”

De esa mujer aprendí que la palabra es creadora, sagrada; cómo desperdiciarla entonces en frases mudas, de ésas que no dicen nada pretendiendo decirlo todo. Por eso mismo en la casa estaba prohibido hablar durante la cena si no se tenía nada interesante que contar o, más bien, si no se tenían las palabras justas para contar cualquier cosa. Los ocho hijos, incluido yo, teníamos que convertirnos en verdaderos zahoríes para hallar en el terreno yermo del lenguaje común el manantial de fonemas exactos, precisos, tan precisos como para hacer brillar los ojos del hombre delante de nosotros que, como buen exégeta, analizaba minuciosamente (me atrevería a señalar, que degustaba) cada elocución salida de nuestras bocas y, al final, una sonrisa noble nos hacía entender que estábamos cada vez más cerca de expresarnos como él quería.