Letras Libres has a fairly negative review of Samanta Schweblin’s latest book. I have been curious about her work and have written a reflection on her works recently. I haven’t decided where I fall when thinking about her work. It can be interesting, but at least one story I read seemed too safe.
¿Qué necesidad tendríamos de ver elevada la temperatura dramática? Acaso mi reparo sea moral, pero también es literario –no creo que los dos adjetivos se hallen para nada distantes uno del otro. Como metáfora de una fisura secreta, la anomalía puede abrir una percepción de la naturaleza paradójica de seres humanos que, al no tener la valentía para ser sus propios verdugos, asignan ese papel a sucesos disruptivos ante los cuales no hay manera –o eso pienso– de mantener la indiferencia. En cambio, por timorata, la pesquisa en torno de la conducta humana, en Pájaros de la boca, se queda en lo superficial.
Y si repite, abaratado (la anomalía sin la consecuencia profunda), el mecanismo propio de Kafka o el primer Buzzati –si no incorpora una variación que surja del temperamento o la circunstancia epocal–, el discípulo permanece en esa condición al revelar sometimiento a la parte más obvia de un método urdido por otros, lo que podría interpretarse como oportunismo: aunque incompleta, la lección ya canónica es fácilmente aplaudida por el lector conformista, sobre todo si nos encontramos ante una prosa sin exigencias, léxicamente seducida por la pobreza y la palidez y negada a la audacia técnica debido acaso a la propensión formulera por finales sorpresivos que, a estas alturas de la repetición, son de lo más predecibles (en “Bajo tierra”, el viejo que cuenta la historia de los niños perdidos en un pueblo minero termina siendo él mismo un minero). Sobre todo una cosa: el texto narrativo puede ser clasicista en su ejecución y austero en su trabajo prosístico cuando la perspectiva de lo vital que la voz literaria presenta es discordante y nueva, y no una reiteración edulcorada de lo que otros antes con mayor hondura han patentado.
¿Para qué ofuscar al comodino lector con una prospección dramática que, si perturbadora, es por lo mismo de aprobación incierta? Supongamos el caso: me subo a los hombros de un gigante, pero en vez de ponerme de pie, estirar los brazos hacia las alturas y lanzar lejos la vista y la voz, mejor cierro los ojos y busco encogerme, guardo silencio aferrándome por el temor a caer o a superar, con el arrojo propio, al gigante que me hospeda. De ese modo, no habré de caer nunca, pero también me niego el mirar lejos, hacia una nueva y mayor distancia. Así estas ficciones. Sobre los hombros de Kafka, se niegan el privilegio de arriesgarse a la victoria sobre Kafka. ~