Alberto Olmos newest book is reviewed in Revista de Letras. He is one of the Granta youngsters, and one of the may that didn’t really sound that interesting or at least would have to go a long way to convince me they had the goods. In Javier Moreno’s review it sounds as if he has made steps in improving his work. Still, I’m not quite convinced yet.
La literatura de Alberto Olmos ha oscilado hasta ahora entre la querencia por la confusión entre lo literario y lo biográfico a través de personajes que uno imagina muy cercanos al propio autor y que este pareciera usar como mera máscara interpuesta (pienso, por ejemplo, en Trenes hacia Tokio o A bordo del naufragio) y el distanciamiento premeditado de un artesano que busca explorar los límites de su oficio (pienso en Tatami y, sobre todo, El estatus). A primera vista Ejército enemigo formaría parte del primer grupo de novelas.
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Sin duda en Ejército enemigo se suplen muchas de las carencias de las que hablé anteriormente. Estamos en este caso ante una obra con un contexto social e histórico claramente actual y reconocible, aunque desprovisto de referencias explícitas (allá quien quiera encontrar relación entre esta novela y el movimiento 15M), el personaje puede parecerse o no al autor aunque eso es algo que deja de interesarnos (a mí, al menos) con el transcurrir de las páginas, y el tema (esa gran palabra) es lo suficientemente ambicioso como para que el lector sienta que la inmersión en una novela de casi trescientas páginas merezca la pena. Y está bien. Todo esto está bien. Está bien que la trama simule un argumento tan de género como la búsqueda del culpable de un crimen sin esclarecer. Está bien el sexo real y virtual que aparecen en esta novela (memorables me parecen las secuencias del Chatchinko o la écfrasis de un vídeo porno que circula por la web, un vídeo que, todo sea dicho, existe, pero cuya visión no logró excitarme ni la décima parte de lo que lo hizo la narración hecha por el autor). Está bien que la cuenta de correo simbolice de alguna manera el alma del desaparecido y que Santiago, el personaje (detective, a su pesar), se recree ante su lectura con una mezcla de morbo y espíritu mefistofélico. Y está muy bien, por último, el espíritu jacobino que destila Santiago, un personaje nada bien pensante, políticamente incorrecto y con conciencia de clase, una combinación que resulta difícil de encontrar en las letras hispanas actuales.