Interview with Javier Marias in El Pais

El Pais has an interview with Javier Marias in El Pais. Mostly they talk about his new book, how he came to write it (he wasn’t sure if he would write another), and some of his ideas in the book. And there is a brief discussion of Mad Men, which he likes.

P. Los narradores no expresan lo que piensan a través de un libro, cuentan historias, ni siquiera tienen que estar de acuerdo con su propio protagonista, pero tengo la impresión de que esta novela sí tiene algo de novela moral en el sentido de que somete al lector a una serie de dilemas morales sobre los que acaba reflexionando, como ocurre por ejemplo con El fin del romance, de Graham Greene. ¿Está usted de acuerdo con esto?

R. Sí, evidentemente. Una de las cosas que el libro también refleja es una cierta perplejidad ante algunas cosas que sí comparto. Las novelas no dan respuestas, como se ha dicho mil veces. He citado muchas veces esa cita de Faulkner en la que decía que lo que hace la literatura es lo que hace una pobre cerilla cuando se la enciende en mitad de la noche en mitad de un campo. No sirve para iluminar nada, sólo sirve para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay alrededor. La literatura nos muestra cuánta zona de sombra hay, pero no la iluminamos y aquellas novelas que son moralistas o pretenden dar una lección o que se saque una tesis son muy malas, es como ilustrar una idea a través de una especie de fábula. Me parece literatura mala, no me interesa. Una de mis perplejidades tiene que ver con la impunidad, que es uno de los temas del libro, es algo que subleva. Uno tiene a veces la sensación justiciera: esto debe ser conocido, castigado. Yo mismo la he tenido durante los años de la Transición. Recuerdo mi irritación en vista de que a nadie se le iba a castigar por lo sucedido durante la guerra y la larguísima posguerra, pero entonces eso no bastó a mucha gente. Había escritores en esos años, los ochenta, que empezaron a dar entrevistas en las cuales contaban mentiras sobre su actuación. Nadie les estaba pidiendo cuentas, no les basta con esto. Recuerdo un historiador famoso que había sido diplomático franquista en París y habló de aquellos años como un exilio, recuerdo de otro escritor que en una entrevista de prensa dijo que estuvo con el bando nacional porque la guerra le pilló en Galicia y dijo que si le hubiese agarrado en Madrid hubiese sido republicano. Pero yo sabía que le pilló en Madrid y que hizo todo lo posible por pasarse al bando nacional. Eso subleva. Pero también se plantea la duda de si las cosas se deben perpetuar y contarlas una vez y otra. Hay un momento en que la narradora dice en referencia a Los tres mosqueteros, a la flor de lis que lleva grabada el personaje de Milady de Winter: “Yo no quiero convertirme en la flor de lis de nadie”, porque esa flor de lis imborrable a menudo es causa de nuevas desgracias. Quizás es bastante con que las cosas sucedan y nada más que sucedan, si además se cuentan es como si siguieran perpetuándose. No lo sé. Porque por otro lado pienso que las cosas injustas deben saberse. Yo mismo no lo tengo claro, es un dilema que aparece sin solución. Ni yo como autor, que debo estar fuera de la novela propiamente dicha, ni por supuesto los personajes tienen una respuesta. Y esas son las cosas que me interesa reflejar cuando escribo novela. Puedo ser mucho más categórico en un artículo, aparentemente tengo las cosas más claras. El otro día alguien me decía: “Has escrito un artículo en el cual hablabas de la impunidad y decías que era horrible, pero luego en el campo de la novela puedes pensar que es necesario que haya cierta impunidad”. Como articulista puedo tener una postura más clara porque estoy en la vida real. Es una cosa curiosa, pero en las novelas es donde uno menos engaña. Como articulista, ahí está el ciudadano: uno es ciudadano, firma con su nombre, se hace responsable de sus opiniones, todos los que hacemos ese tipo de piezas periodísticas tenemos una cierta intención aleccionadora, pero el ciudadano no interviene en absoluto cuando es una novela, ahí no hay ciudadano que valga. Y ahí es donde se engaña menos, se habla de las cosas como son. No es que uno mienta en los artículos, hay un cierto voluntarismo de que las cosas reales sean mejores, y en cambio uno cuando transita por el territorio de la ficción no hay reglas, no se está hablando de la sociedad realmente, no habla uno, se vuelve en la voz de un narrador o de un personaje que no es uno, al que le puedes prestar cosas, pero no es uno. Ahí es donde se engaña menos.

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P. Y saliéndonos un poco del libro, un tema que aparece mucho en sus artículos es la protesta ante lo políticamente correcto. Usted es muy aficionado a las series, ¿le gusta Mad Men, que describe cómo era el mundo antes de lo políticamente correcto?

R. El otro día leí un artículo bastante largo en The New York Review of Books escrito por un ensayista, Daniel Mendelson, que no entendía cómo un artículo así, tan malo, estaba en una publicación prestigiosa. Es una serie que me gusta mucho, yo recuerdo esa época, la recuerdo bastante bien, recuerdo ese mundo, recuerdo los personajes, cuando salía un disco nuevo de Dean Martin, recuerdo que los niños o adolescentes de mi época estaban obsesionados con el Rat Pack, era el no va más de lo cool. Es un mundo que en cierto sentido añoro: en esta reseña larga había como una especie de condena de ese mundo, “mire qué malos eran nuestros padres, cómo fumaban las mujeres embarazadas”. Yo no veo que la serie vaya por ese lado; al revés, creo que hay una cierta nostalgia de un mundo quizás un poco más irresponsable, pero un poco menos estricto, estamos llegando a unos extremos en los cuales se está acabando con la espontaneidad de la vida.